abril 28, 2008

Fin de semana mágico en París

Posted in el Ken, Finde moments, Reflexiones a 10:37 am por La Petite en Belgique

Llevo todo el día de ayer queriendo escribir este post, pero ha tocado día complicado en el trabajo y ha sido imposible (como imposible ha sido el poder comer a una hora normal).

Aquí hoy el día es gris y lluvioso, pero aún llevo dentro el sol de París y el calor del Pequeño. Ha sido un fin de semana maravilloso, lento, tranquilo, en el que hemos dejado que el sol acariciara nuestra piel mientras nos dejábamos perder por las calles de una ciudad única en el mundo. El fin de semana ha sido lento, pero también intenso, y hoy mi cuerpo lo está pagando. Ya no siento el cansancio extremo que sentí el sábado por la noche (el sábado por la mañana me había levantado a las 6:30 de la mañana para hacer el examen), pero estoy ante una bajada de defensas bestial que como no la sufría desde hace casi dos años. No voy a entrar en detalles de los síntomas que tengo (de los que unos cuantos granos es el menor), tan sólo diré que son un poco latazo y que ya estoy intentando poner remedio comiendo debidamente y durmiendo lo suficiente (menos mal que esta semana es corta).

De todos modos, nada empañará la felicidad que me ha dado el desconectar durante todo el finde con mi Pequeño. Hemos vuelto con ganas renovadas, con multitud de cosas de las que hablar y que recordar. Hoy puedo decir que conozco algo más de lo que el Pequeño esconde en su interior, y puedo decir que en él he visto un tesoro precioso muy raro de encontrar. Ha sido un viaje a París, pero también ha sido un viaje hacia el interior de nosotros mismos, un primer paso juntos en nuestro camino común, una primera prueba del qué pasará. Por el momento aún tengo la miel en los labios

Vale, ya dejo de liarme y paso a los hechos 😛 (aviso si sigues leyendo: post largo, inconexo y pasteloso).

Salimos el viernes a las 6 de la tarde, cuando tanto él como yo habíamos terminado nuestra jornada laboral e hicimos nuestro equipaje. Al final se vino la lagarta francesa en el viaje de ida, ya que es parisina, su novio vive allá (sí, tiene novio y creo que llevan ya bastante tiempo) e iba a pasar el fin de semana con él.

El Pequeño estuvo largo rato diciéndome que eso de leer mapas no se le daba bien, pero creo que era para disimular, ya que me condujo sin pérdida todo el camino (el GPS no quiso cargar el mapa de Francia ni pa dios), rodeamos París por el Periférico, entramos por la puerta correcta (Porte de Châtillon) y me llevó, con sus indicaciones, a la puerta misma del hotel. Antes de ir al hotel dejamos a la lagarta francesa que había quedado con no-sé-quién para que la fuera a recoger. Al despedirse le dijó al Ken que si al día siguiente (sábado) queríamos quedar con ella para hacer algo que la llamáramos sin problema. Ahí yo me eché a temblar. No es que me caiga mal, pero el quedar con ella (o con ella y su novio) no entraba en nuestros planes de un fin-de-semana-romántico-en-París-para-conocernos-un-poco-mejor. Por suerte el Ken demuestra (casi siempre) ser avispado y se despide con un «bueno, nos vemos el lunes«. Yo casi suelto un suspiro de alivio al tiempo que río para mí.

El hotel resultó estar bien para el precio que habíamos pagado, aunque no estaba muy céntrico. Dos camas pegadas en un bajo y baño privado con una ducha chiquitita con el desagüe un tanto atascado (el Ken la montó el sábado por la mañana inundando el baño por culpa de una ducha un tanto larga aprovechando que yo estaba en el exámen).

El viernes llegamos allá a las diez de la noche, y después de dejar nuestro equipaje en el hotel, salimos a cenar a un restaurante que había cerca, en la Plaza de Alésia. Después decidimos coger el metro e ir hasta el centro a ver algo de París de noche antes de irnos a dormir. Pero qué bonito es Notre-Dame por la noche e iluminado! Dimos un paseo alrededor de la catedral, donde el Ken hizo muy buena observación de que las gárgolas parecían añadidos posteriores (la catedral fue construída entre el 1160 y el 1345 y las gárgolas datan de 1820 aproximadamente) y volvimos al hotel. Yo debí de dormirme como a la 1:30 pasadas, y a las 6:30 ya estaba en pie, con lo que fue ahí donde empecé a castigar mi cuerpo (mentira cochina, la verdad es que ya llevaba arrastrando sueño toda la semana).

Pude contemplar cómo es el París de verdad un sábado a las 7 y pico de la mañana, silencioso, quieto, solitario. Compré un croissant en el restaurante donde habíamos cenado la noche anterior y me lancé al metro, linea 4 con destino Barbés-Rochechuart. Poca gente en el metro un sábado a esas horas de la mañana, tan solo parisinos de verdad. Un chico con ropas que decían a gritos que era camarero, se acababa de levantar después de una noche movidita e iba hacia su trabajo, me pregunta la hora: huit heures moins vint, respondo yo con mi acento super macarrónico.

Al llegar a mi destino comprobé que esa zona también estaba desierta, y en la calle donde estaba el centro de exámenes incluso me llamó la atención el ser consciente de estar escuchando el SILENCIO. La temperatura era agradable a pesar de ser tan temprano así que disfruté brevemente de los metros que me condujeron a la puerta del centro. Seré española, pero un defecto o virtud (como queráis verlo) es que odio llegar tarde, por lo que, como tenía que estar a las 8:30 en el lugar del exámen, yo llegué sobre las 7:50. Al llegar veo una verja cerrada con un teclado de letras (A y B) y números al lado. Saco el papel con la dirección del bolso y compruebo si es allí. En la hoja impresa leo «Code Porte 75AB9» y sospecho que ése es el código que tengo que teclear para entrar. Exacto. Ya estoy dentro y aún no hay nadie. Estoy en un patio interior al que no llega la luz del sol. Al cabo de un rato llegan dos personas, luego aparecen las encargadas y sigue llegando más gente. Entre ellos apareció un español más perdido que un pulpo en un garaje. Era el único de nosotros que no entendía francés, por lo que tuvieron que explicar las instrucciones a él en particular después de la presentación general. El chaval en cuestión era músico y quería ise a New York a hacer un master. Estaba muy nervioso porque su partida dependía de la nota del examen. Relax relax, le repetía yo. Las cosas se dan poco a poco.

No voy a contar mucho del examen. Sólo decir que son 4 horas con un descanso de 10 minutos en medio. Está todo automatizado. Es el propio ordenador el que te va guiando y es el que cuenta el tiempo que te queda de cada parte del examen y el tiempo del descanso. Nos dejan bastante tranquilos.

Entre las 12:30 y la 1 salgo y llamo al Ken. Acaba de visitar la torre Eiffel y está dando un paseo por los Campos Elíseos. Decidimos quedar en el Arco de Triunfo en la Plaza de la Concordia. Salgo del metro a paso rápido y busco. Hay muchísima gente, todo turistas y no le veo. Lo llamo y me dice que está justo al lado del obelisco. Sí, en efecto, allí veo a mi gigante rubio. Vaqueros oscuros, sudadera blanca y pelo recogido en una cola de caballo. Me saluda con un beso, me pregunta por el exámen y me cuenta un poco cómo le ha ido a él la mañana. Nos hacemos unas fotos (nuestras primeras fotos juntos!) y nos encaminamos hacia Notre-Dame para verla de día.

Comemos por el centro y comenzamos a caminar lentamente, siguiendo la orilla del Sena y echando un vistazo a los puestos que discurren a lo largo. Hacía un calor abrasador el sábado y yo eché de menos el haberme llevado algún vestido. Cogidos de la mano empezamos a caminar hacia el norte, rumbo Montmartre, iglesia de Sacre Coeur. Al pasar por la zona del Moulin-Rouge (y hacer un par de paradas para ver escaparates de guitarras) el Ken soltó algo así como «vaya, es un barrio un poco chungo«. «Bueno, es un barrio especial de París«. Ahh, a veces es tan inocente… 🙂

Al llegar a la iglesia un matrimonio valenciano nos hizo una foto con París de fondo y nos dimos una vuelta por la zona de los pintores.

Caminamos mucho ese día (dudo que menos de 14 km). Volvimos al centro y cenamos en la terraza de un restaurante encantador. Nos atendió un camarero muy amable que hablaba español. Yo pedí pescado y él mejillones. Todo regado con vino y acompañado de la música que venía del interior. Ahí por fin sentí que ambos nos empezábamos a soltar. Esa noche me soltó perlas como que nuestro hotel no era de dos estrellas, sino de 7, porque yo estaba con él. Esa noche me dijo que se sentía realmente afortunado de que me hubiera tomado tiempo en conocerle. En esa cena me cogió de la mano y me miró a los ojos mientras me hablaba. En esa cena comencé a sentirme especial.

Después de cenar dimos otro paseo, nos perdimos repetidas veces, consultamos el plano, nos sonreímos, nos dijimos cosas bonitas al oído e intentamos enseñarnos cosas de nuestros respectivos idiomas (el aprende mucho más rápido que yo). Al final, tras un rato caminando, acabamos en los Campos Elíseos. Camino al hotel paramos a tomar algo, ya que de tanto caminar estábamos sedientos. Yo estaba agotada, había madrugado y necesitaba dormir. Esa noche me dio las gracias repetidas veces por estar con él, por el fin de semana en París y por todo en general.

Al día siguiente nos despertamos sobre las ocho y media, dimos unas cuantas vueltas en la cama perezosos hasta las nueve y pico y finalmente nos duchamos para comenzar el día. Por supuesto por separado, que la ducha era chiquitita chiquitita. Empezó el Ken para dejarme retozar un poco más en la cama (apuntó sabiamente que yo ya había madrugado el día anterior). Nos pusimos guapos y fuimos a desayunar. Pedrito un día me dijo «espero por tu corazón que duren mucho pero no por tu bolsillo». La versión de mi abuela materna sería «es mejor hacerle un traje (que darle de comer)«. Sí, la traducción es que el Ken traga bastante, pero es normal, que es 1.92 y noventa y pico kilos! 😛

Después de desayunar fuimos a llevar el equipaje al coche y nos dirijimos hacia el centro. Dimos un paseo por el jardín de Luxemburgo y nos tomamos un café al lado de la Sorbona mientras el sol de la mañana nos acariciaba con sus rayos. Seguimos camino hacia el Sena, haciendo paradas en los puestos, y acabamos en el Jardin des Plantes, donde hacemos una larga parada en un banco a la sombra. El día es cálido y el sol brilla con fuerza sobre nosotros. Propongo seguir andando un poco, hacia la Bastilla, y por el camino decidimos hacer un alto en un bar-restaurante llamado Antenne para comer algo. Muy buen precio y muy buena comida, pero el camarero un tanto peculiar. Para acompañar pedimos vino y agua. En realidad fueron dos los intentos de pedir agua, pero ésta nunca llegó. Al traerme los cubiertos, sin querer, el cuchillo se le cayó al suelo, y en vez de un «pardon» o un simple silencio, el camarero soltó un sonoro «merde!«. Para troncharse de risa. Comimos al sol y el vino fue poco a poco recalentándose y nuestra piel dorándose (mentira, mi color no es dorado, sino amarronado, y el del Ken es más bien tirando a rojo… – se quemó los brazos, las mejillas, la nariz y la nuca – ).

Llegamos a la Bastilla, dimos un par de vueltas, volvimos al Sena, nos tomamos un café en una terraza y volvimos al Sena una vez más. Allí nos sentamos junto al río mientras hacíamos unas cuantas fotos chorras y observábamos a los patos. Ambos estábamos cansados aunque felices y decidimos caminar un poco para coger el metro que nos llevaría hasta el coche, para abandonar París tras un fin de semana mágico y maravilloso.

La vuelta fue tranquila, cumpliendo él otra vez a la perfección con su labor de copiloto. Paramos para comer un bocata y llenar el depósito y llegamos a casa sobre las 22:30. Hora ideal para llamar a mi madre, darnos una ducha e irnos a la cama entre sonrisas, gracias y te quieros.

Pies Par�s

P.S.: Ayer mientra curraba me llegó un mail del Pequeño diciéndome que su cuerpo estaba en el laboratorio, pero que su mente seguía en París conmigo…