julio 22, 2010

La barrera del miedo

Posted in Anecdotas, Belgica y los belgas, Curro, la dura vida del teleoperador, Reflexiones, Smiling a 3:26 pm por La Petite en Belgique

Justo cuando estaba deseando salir de aquí sin pena y sin mirar atrás, porque es cierto que he conocido a mucha gente aquí, pero pocos los que pueda llamar amigos; justo hoy me da pena no haber tenido más tiempo para conocer más a una persona.

Es cierto que la rutina nos convierte en máquinas. Uno se monta en el tren por la mañana aún con las legañas colgando, llega al trabajo, emite un bufido que nada tiene que ver con un «buenos días», se pasa ocho horas sentado delante del ordenador, mira el reloj repetidamente esperando la hora de salida, y cuando ha llegado, corre lo más deprisa posible para coger el autobús. Muchas veces no nos paramos a pensar y ponernos en la piel de ese compañero del equipo de al lado que siempre tiene cara de malas pulgas. Y es una pena. Es una pena que siempre nos dejemos llevar por los prejuicios y el miedo y nos pasemos el día con el culo pegado a la silla y mirando al frente como burros con orejeras.

Ayer intenté salir de esa rutina y respondí a un mail que nos había enviado un vecino a los españoles de nuestro equipo. Era un mail con una broma con poca gracia, quizás por eso fui la única en responder. Por eso y por lo de mas arriba, que si el miedo, los prejuicios y la cara de pocos amigos.

Pero yo he tenido la suerte de poder conocer un poquito a un compañero que lleva meses sentándose a cinco metros de nosotros, un hombre que ha luchado para abrirse camino en este país. Viúdo, casado con una belga, con cinco hijos (dos suyos y tres de ella) y con un título que nada vale en este país. Se pasó seis años de amo de casa para criar a sus hijos mientras su mujer trabajaba fuera, poco después entro aquí y ya lleva algo más de dos años; un trabajo que para la mayoría no es gran cosa, pero que para él fue como maná caído del cielo. A hora y media de mi casa, pero a ocho minutos en bici de la suya. Es que todo depende el cristal con que se mire.

Una pena no haber traspasado la barrera antes, pero me alegro de haberle conocido y le deseo toda la suerte del mundo.

julio 16, 2010

Princesa

Posted in Circo del terror, Curro, la dura vida del teleoperador a 6:25 am por La Petite en Belgique

Yo nací para ser princesa. De nada vale que me autoafirme republicana si yo nací para ser princesa.

Yo nací para ser princesa porque me cuesta horrores levantarme a las cinco de la mañana para ir a trabajar, y si lo hago muy a menudo, acabo poniéndome enferma, me salen granos purulentos en las piernas y tengo migrañas e infecciones.

Yo nací para ser princesa porque me sientan mal 30 horas extras en un día, y si las hago, quiero que me las paguen.

Yo nací princesa porque no quiero viajar durante hora y media para llegar al trabajo más  hora y media para volver a casa.

Yo nací para ser princesa porque muchos me dicen que realmente tenemos suerte de que nos tengamos que levantar a las 5 y no a las 4.

Yo nací para ser princesa porque opino que la miseria que cobro no es suficiente.

Yo nací para ser princesa porque me gusta descansar los fines de semana.

Hay que ver qué poco preparada estoy para este mundo. La princesa sin un guisante bajo el flex.

julio 14, 2010

Paquita

Posted in Anecdotas, Belgica y los belgas, Lonely moments, Reflexiones a 3:35 pm por La Petite en Belgique

Paquita había cogido el metro para ir a Comte de Flandre. Quería comprar unos detalles para la familia de su marido, ya que pensaba visitarlos en menos de dos semanas. Me senté frente a Paquita mientras ésta estornudaba repetidas veces debido a la pousière. Comenzó a hablarme en francés, como es usual, para pasar al castellano una vez que le dije que no era marroquí. Un castellano con guindas de francés repartidas aquí y allá. Paquita tiene ochenta y dos años, pero una energía y una jovialidad como si tuviera quince. Me habla de su marido que murió hace tres años. Que le da mucha pena. Que a veces va al cementerio y le cuenta las cosas que hace. Lo echa mucho de menos porque era muy bueno, pero le habla en el cementerio porque así no piensa y no llora. Paquita dice que toma la vida como viene, si hay mucho se hace mucho, y si hay poco se hace poco. Le da mucha pena su marido, pero Paquita no llora porque toma las cosas como vienen. En cambio yo tengo que hacer verdaderos esfuerzos para que no se me caigan las lágrimas allí, en medio del cochambroso metro.

Paquita es de Málaga, pero se casó con un marroquí. Tras eso perdió a muchas de sus amigas. Vivieron doce años en Marruecos y luego se vinieron a Bélgica. Paquita lleva aquí cuarenta años. Dice que como España no hay nada, pero sin embargo en España no tiene a nadie, por eso sigue aquí. Tiene cinco hijos, casados todos con españolas. Sus nietos son medio españoles medio marroquíes, pero no pasa nada, porque lo importante es que sean buena gente. Paquita quiere comprar unos pañuelos de seda para su suegra, pañuelos de esos tan bonitos que las marroquíes llevan en la cabeza. Le encanta comprar regalos, ya que ella ni bebe ni tiene grandes gastos. No sabe exactamente qué día se va, pero su nieto tiene el billete y todo apuntado. Paquita tiene varios nietos y un bisnieto. Casi todos sus nietos están casados, aunque tiene uno que vive con su novia. Antes eso estaba muy mal visto, pero ahora son otros tiempos. Cada uno hace lo que quiere. Lo importante es ser buena persona.

Paquita llega a su parada y se tiene que bajar. Me da un beso y dice que espera que nos volamos a ver. Yo me quedo petrificada y no reacciono. Al bajarme en la siguiente parada me arrepiento de no haberle dado mi teléfono. Será que se me habrá pegado algo de la frialdad del país.

julio 13, 2010

Anonimato

Posted in Blogs, Lonely moments a 7:05 am por La Petite en Belgique

Llevo días pensando y cada vez estoy más convencida. Cuando creé este blog, quería que fuera anónimo, que nadie supiera quién soy, y si algún conocido se topara con él, que le costase reconocerme. Pero cada vez es más difícil. Os he añadido a unos cuantos a mi cuenta de FB y ahora veo que hay muchas vías de entrada hacia el blog. Sé que si alguno de vosotros ayudasteis a que esta situación se agravara, no fue a propósito, pero este blog no nació con la misma intención que otros. Si hubiera querido poner mi nombre o mi foto, lo hubiera hecho, pero no, no he querido.

Ahora mismo no sé si ponerle al blog una contraseña o borrar mi cuenta de FB. No me gustaría hacer ninguna de las dos cosas por diferentes razones. Pero esto no puede seguir así.

Este blog es una válvula de escape, no un escaparate para aquellos que me conocen y que no han sido invitados, no un lugar donde puedan leer entre líneas.

julio 9, 2010

El tiempo se detiene

Posted in Belgica y los belgas, el Ken, Lonely moments a 1:09 pm por La Petite en Belgique

No sé si son las circunstancias o las hormonas, pero la tónica general de esta semana es el mal humor. El Ken  lleva desde el lunes en UK (yo iré hoy y pasaremos el fin de semana en Londres) y mi semana se resume en muy pocas palabras: trabajo anodino (recibimos muy pocas llamadas), manzana de Blancanieves, hospital, casa y dormir. Lo único que me ha producido más placer ha sido: lo que he bailado el martes (aunque seguía un poco asustada por lo de la alergia), la lectura, las llamadas del Ken y la llamada a uno de mis amigos de España. Nada más. Ni un solo compañero de curro que se haya ofrecido a llevarme en coche a una farmacia o al hospital (la bromita de la ambulancia me han dicho que me costará entre 200 y 300 euros). Es verdad que hay pocos con coche, pero habelos haylos. Las horas de comer las suelo pasar sola leyendo. Somos muy pocos en el equipo y hay que ir uno por uno. Salgo del trabajo y llego a las siete a Bruselas. Ayer jueves probé a ir a una librería, pero las tiendas de la zona estaban casi todas cerradas. El miércoles fui a ver parte del partido con un conocido que ha retornado a Bélgica por un año, pero me fui a la mitad porque estaba agotada (la noche anterior apenas había dormido por miedo a volver a hincharme debido a la alergia), no veía nada, no me gusta el fútbol y me dolía la espalda de estar de pie.

Otro detalle bueno ha sido un mail que he recibido del que va a ser mi mentor en el trabajo nuevo. Habla del cursillo de Atlanta. Cuando conseguí el trabajo me sentí muy relajada porque la búsqueda había acabado, pero ahora los días se hacen eternos. Dos meses de espera, las horas que pasan, los trenes que cojo, las conversaciones que no suceden.

Estoy en un impás y siento que el tiempo se ha parado. Me gustaría dormir este mes y pico que me queda o dar un salto en el tiempo que me lleve hasta el 16 de agosto. Quiero un cambio ya. Odio esta vida vacía en Bélgica con un trabajo vacío y una casa vacía. Sigo totalmente convencida de que si no fuera por el Ken yo estaría a muchos kilómetros de aquí, con crisis o sin crisis.

julio 7, 2010

Alergia (segunda parte)

Posted in Anecdotas, Belgica y los belgas, Curro, De médicos, el Ken, la dura vida del teleoperador, Lonely moments a 9:46 am por La Petite en Belgique

Hace unas tres semanas, tras una fiesta que dimos en casa para celebrar el cumpleaños del Ken, mientras recogíamos la mesa, me puse a comer pasas, cacahuetes, almendras y anacardos. Al poco rato se me hincharon los labios. Me tomé una pastilla para la alergia y en un día volví a la normalidad. No volví a pensar en el tema.

Hasta que ayer me puse mal tras comer aquella manzana que compré en el trabajo. Nada más comerla noté como las encías me picaban mucho y se me hinchaban un poco, por lo que me fui a lavar los dientes. A la media hora la mitad de la boca se me había hinchado (tiendo a masticar más por un lado que por otro) y al poco rato empecé a notar como la garganta «apretada». Me levanté de un salto y, como en ese momento no tenía ninguna pastilla conmigo, di la voz de alarma. Mi jefe me llevó a la recepción, donde las recepcionistas me miraron de forma anodina y se tomaron toda la calma del mundo en llamar a un médico, que por teléfono les dijo que me fuera a una farmacia a comprar unas pastillas para la alergia. Cabe decir que nuestro trabajo está en una zona industrial al norte de un pueblo. Yo no tengo coche y el bus pasa, en teoría, cada media hora.

Al cabo de un par de minutos, aparece uno de mis compañeros con una pastilla de reactine que le ha dado un italiano. Me la tomo y me vuelvo a mi mesa. Parece que poco a poco va haciendo efecto, aunque aún sigo notando la boca hinchada y como agarrotada.

Al cabo de unos cuarenta minutos vuelvo a sentir lo mismo en la garganta y me asusto mucho. Mi jefe encuentra otra pastilla (Medrol), pero yo estoy cada vez peor. Llamo a mi médico y le cuento lo que me pasa. Me aconseja que aunque sea poco, por si las dudas, que me vaya a un hospital. Mi jefe y yo volvemos a la recepción, y tras otros segundos de miradas como diciendo «¿pero qué quieres que haga?», al final deciden que me tengo que ir al hospital. En ese momento yo me empiezo a preocupar por el dinero, ya que sólo llevo poco más de diez euros encima y aquí los taxis son bastante caros. Por otro lado tampoco sé cuánto me van a clavar en el hospital, y no sé si aceptarán tarjeta…

Al final llaman a una ambulancia y mi jefe me lleva a la habitación donde está el botiquín (donde no tienen un triste antihistamínico) y esperamos. Él llama por teléfono al departamento que lleva las faltas al trabajo y las llegadas tarde. Aquí hay que hacerlo todo oficial, así que aunque uno se encuentre dentro del edificio, hay que llamar para decir que se va porque está enfermo. Yo cada vez me pongo más nerviosa y cuento los minutos mientras la ambulancia no llega. Al cabo de un rato baja una de las del equipo de faltas para «asegurarse» de que estoy mal y de que me lleva una ambulancia (desgraciados). Cuando la ambulancia llega y tengo un pie ya dentro de ella, esta mujer me pregunta si volveré hoy a trabajar. Mi jefe la mira con mirada asesina y le dice que no, que volveré al día siguiente.

Ya en la ambulancia, la enfermera me pregunta los datos, me pide el dni belga y la tarjeta sanitaria. Me pregunta la dirección, ya que no viene en el dni. Al llegar al hospital me conducen a un box y espero. Al cabo de un rato aparece una mujer bajita para volver a preguntarme la dirección, porque la que les aparece en el ordenador al insertar mi dni en el lector es diferente de la que le di a la enfermera. El problema es que mi calle tiene dos nombres completamente distintos en francés y en flamenco. La verdad es que produce un poco de malestar que en urgencias te pregunten varias veces por tu dirección pero no por cosas como tu peso. Vuelve la enfermera y me mide la tensión (11-6, baja), la temperatura y la frecuencia cardíaca y se va. Al cabo de un buen rato aparece un médico algo mayor que me mira de arriba abajo mientras estoy sentada en la camilla, desde la chaquetilla gris, pasando por la minifalda negra, leggins negros y bailarinas de leopardo (en invierno parezco un fiasco de como voy vestida, pero los tres meses de verano hasta me pongo mona). Me daban ganas de decirle si uno tenía que estar feo para ir al médico. Me pregunta cómo ha sucedido todo y yo le cuento lo de la manzana, lo de mis alergias y le enseño la hinchazón. En ese momento parece que la segunda pastilla está haciendo ya algo de efecto y me encuentro un poco mejor.

El médico se va y al cabo de otro rato viene una enfermera con un vaso de agua y una pastilla. Me habla en flamenco y entiendo muy poco de lo que me dice (hay que ponerse en situación, con la cara hinchada y con presión en la garganta). Le pregunto si habla francés o inglés. Me dice que no, deja la pastilla y el vaso en la mesita y se va.

En ese momento me llama el Ken por teléfono, que justo esta semana está en UK por un congreso. Le cuento la aventura intentando no preocuparlo demasiado.

Como pasan quince minutos y la enfermera no ha vuelto, me tomo la pastilla, que resulta ser un antihistamínico (la tercera ya). Al cabo de otro rato más, vuelve a aparecer con tres jeringuillas. Con lenguaje de signos y hablando como los indios, le pregunto y me dice que que es un no-se-qué (que en ese momento supongo que será cortisona) y algo para el estómago porque la medicación es bastante fuerte. La tercera jeringuilla no sé lo que es y el inglés de la enfermera no da para más (más tarde en el informe médico sólo aparecen las dos cosas que me dijo).

Me pone las inyecciones, dejando una lustrosa mancha de sangre en la camilla y empiezo a sentir un sabor metálico en la boca. Después de preguntarle cinco veces, me dice que es normal.

Se va y me quedo una hora sola. Me entra sueño y doy cabezadas. Puedo respirar con normalidad, y tengo la boca menos hinchada. Cuando viene el médico, la boca se me ha hinchado un poco otra vez, pero en lineas generales estoy bien. El médico me receta unos antihistamínicos y me da una nota para mi médico. Me aconseja que otro día vuelva a probar una manzana a ver que pasa, y si me hincho, que me tome dos pastillas, que me darán tiempo para correr al hospital. Supongo que algún día lo haré, pero en ese momento la idea no se me antoja nada apetecible. Me conduce a la salida, le pregunto por la factura y me dice que me la enviarán a casa. Supongo que pronto me enteraré qué es más caro, si un taxi o una ambulancia.

Salgo del hospital e intento orientarme. Estoy cerca de la estación, así que me cojo un tren y me voy a casa. Son ya las cuatro, así que llego a casa cerca de las cinco. Vuelvo a llamar a mi médico para darle las gracias y me dice que es normal que siga teniendo la cara un poco hinchada, que si me han puesto la inyección estoy fuera de peligro. Que descanse que seguramente estoy bastante cansada. Y como si hubiera dicho las palabras mágicas, en ese momento me doy cuenta de lo cansada que estoy. Me tumbo con un libro en el sofá y pasan las horas mientras intento leer y doy cabezadas que duran segundos.

Mientras estoy en ese estado de semivigilia, llama el Ken, preguntándome que cómo estoy y animándome para que vaya a la soiré que hay todos los martes en un bar cerca de casa donde practicamos swing. Le digo que estoy muy cansada, pero le doy la razón cuando me dice que me hará bien el distraerme y ver a gente. A las ocho y cuarto salgo de casa arrastrando los pies.

Cuando llego al bar veo que hay poca gente y me siento en una de las mesas a charlar con una chica del curso. Chapurreamos en francés unas cuantas cosas y otro de los del curso me saca a bailar. Poco a poco voy sintiéndome mejor y parece que voy ganando fuerzas. Me vuelvo a sentar con la chica de antes y al cabo de un rato uno de los camareros me trae una especie de batido de fresa con dos fresas ensartadas en el borde del baso. Tiene una pinta muy apetecible, pero después del episodio de hoy estoy bastante paranoica y no me apetece comer nada de fruta. No sé que hacer. Le explico lo ocurrida a la chica y le ofrezco el batido. Dice que no se lo puede tomar, que el batido es para mí y sería descortés, así que tras unos minutos me levanto y le digo al camarero que muchas gracias, pero que no me lo puedo beber porque bla, bla bla. Le cuento algo de lo de hoy y sólo se le ocurre decirme que las fresas no son lo mismo que una manzana.

Bailo un poco más y retraso todo lo posible la hora de irme a casa. Esta semana estoy sola y no me apetece enfrentarme a mí misma y a mis fobias. A las 10:45 me voy, llego a casa, me ducho y me voy a cama con un libro, con miedo a quedarme dormida y despertarme con la garganta hinchada y sin fuerzas para llamar a una ambulancia. Sé que soy una exagerada, pero en aquel momento estaba demasiado asustada, y el hecho de estar sola no ayudaba.

Al final no he dormido mucho, pero hoy parece que estoy bien. La boca se me ha deshinchado casi por completo y estoy de nuevo en el trabajo, cumpliendo con mi deber.

julio 6, 2010

Alergia

Posted in Anecdotas, Belgica y los belgas, la dura vida del teleoperador a 11:00 am por La Petite en Belgique

Esta mañana me he levantado temprano y he salido a correr. Al llegar al trabajo, fui a la cafetería a comprar un plátano, pero como estaban verdes, al final me he decantado por una manzana.

Tras acabar de comerla me han empezado a picar las encías, y unos veinte minutos después se me ha hinchado un poco la parte izquierda de la boca (es como si tuviera los músculos agarrotados). Al cabo de una hora he tenido problemas para respirar.

Me he asustado mucho. Me levanté a toda velocidad y busqué  mis inhaladores y pedí ayuda. Mi jefe me llevó a recepción a ver si tenían algo útil en el botiquín. Las de recepción tan solo contestaron con toda la cama del mundo que qué queríamos. Han llamado a un médico y me han dicho que me tomara algún antihistamínico. Yo no llevaba ninguno encima, pero un compañero me ha dado una pastilla.

Otra de las múltiples sorpresas de ser polialérgica, que nunca sabes qué alergia nueva aparecerá mañana.