agosto 14, 2008

El manitas

Posted in Relatos y poesía a 1:06 pm por La Petite en Belgique

[Relato escrito como respuesta al reto número 2 de Literatura Húngara]

Hey, despierte, lo acaban de poner en funcionamiento.

Stephan se acababa de despertar, o mejor dicho, lo acababan de despertar, como de costumbre, de una cabezadita matinal. Los horarios en lo que le obligaban a trabajar eran insufribles. Al menos se le pagaba bien. El plus de peligrosidad hacía que el trabajo allí mereciera la pena. Así podría, algún día, acabar de pagar la casita donde vivía con su mujer y sus dos hijas. Stephan no era ningún genio, y se le había contratado por ser, más bien, un manitas. Los físicos, esos engreídos que lo miraban por encima del hombro, y esos niñatos que habían venido con unas cuantiosas becas se rascaban la barriga todo el día. Y él tenía que estar pendiente de todo detalle que pudiera ser considerado peligroso para la seguridad: que las juntas fueran herméticas, que todo estuviera a punto para el momento. El gran momento. Había leído en los periódicos en los últimos días y visto en las noticias de la tele, que ése iba a ser un gran acontecimiento. Incluso a muchos de los niñatos engreídos se les veía algo nerviosos. Que si agujero negro, bastón de no-se-qué, una nueva partícula que explicara grandes cosas, una partícula tan insulsa que si no aparecía, daba igual, porque también sería importante. Muchas de esas cosas se las había explicado su ayudante, Gerard. Gerard era un soñador. El pobre había querido estudiar, pero su padre se había dado a la bebida y al juego y, aunque había muerto joven, le había dado tiempo a arruinar a la familia. Gerard leía bastante, sobre todo ciencia ficción. Y le gustaba coger prestadas las viejas revistas de los despachos de los físicos. Se había hecho medio amigo de alguno, que de vez en cuando le suministraba con artículos, revistas o libros. Pobre Gerard, usando como herramientas tan sólo una llave inglesa y multitud de destornilladores diferentes, y él soñando con cálculos matemáticos y esa partícula mágica que podría cambiar el mundo. Había nacido para ser un genio, pero es verdad que pocas personas se dedican a eso para lo que han nacido.

No pasa nada, no se oye nada, no se ve nada…

La desilusión se percibía en la voz de Gerard. Había estado esperando aquel momento como el más grande de su vida. Era sólo un pobre electricista, pero en cuanto se enteró de los experimentos, había solicitado trabajo repetidas veces trabajo en el CERN para poder estar más cerca del LHC y comprobar si el ser testigo de ese momento mágico podría tocarlo en cierta manera mística que sólo él sabría explicar.

Pero no había pasado nada de nada. El gran cacharro se había puesto a funcionar a la hora convenida y nada más. Estaría así por mucho tiempo. Funcionando. Stephan esperaba que esos engreídos niñatos no se dieran cuenta de que esto no era más que un despilfarro de tiempo y dinero. Ese trabajo le venía bien, y el sueldo le venía aún mejor.

Al acabar su turno y el de Gerard, se dirigieron a los aparcamientos a por la furgoneta. Stephan no tenía coche, pero ya que le venía casi de camino, Gerard lo acercaba cada día a su casa en su vieja furgoneta roja. Mientras caminaban por el sector K, Stephan reparó de repente en que las ropas de Gerard ese día estaban algo más limpias de lo usual. Casi parecía que fuera de domingo.

Cogieron uno de los ascensores y, cuando Stephan iba a pulsar el -5, planta destinada a los vehículos del personal de mantenimiento, Gerard, lo miró con extrañeza y pulsó el -1.

Hoy le veo descentrado, Stephan.

Stephan miró a su subordinado con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Seguramente Gerard había movido la furgoneta al nivel de los directivos con motivo de alguna reparación inesperada.

Lo siguió por los pasillos rodeados de vehículos caros hasta un Rolls Royce verde botella.

Gerard, me estás tomando el pelo.

Vamos, ¿no quiere que le lleve a casa? Suba.

Al ver que Gerard iba en serio y que realmente tenía las llaves de ese coche, Stephan se montó en el Rolls Royce. Gerard estuvo durante unos minutos revolviendo en unos papeles que había en un maletín. Al final resopló y lo cerró.

Te digo yo que nos vamos a meter en un lío – masculló Stephan mientras ponía los ojos en blanco.

No sé que le pasa hoy, que le veo raro. Bueno, todos lo estamos un poco. Esperábamos más de ese gigante, la verdad. Aunque quedan aún muchos días. Ya se verá.

Stephan se ajustó su manos libres y arrancó. Cuando salían del edificio hizo una llamada:

Sophie, estoy ya de camino a casa. ¿Te importaría ver si me he dejado los documentos de la última reunión encima de la mesa de mi despacho?

Sí, señor Pauwels, iba a llamarle yo ahora para avisarle.

Stephan, el manitas, abrió los ojos como platos mientras leía la placa de identificación en la chaqueta de Stephan:

Stephan Pauwels
Director del sector especial B
Departamento de física experimental
CERN

A Stephan le entraron unos sudores fríos al pensar con qué se podría encontrar al llegar a casa.